La idea de cuidar y acompañar a quien sufre es probablemente tan antigua como lo es la historia de la humanidad. De hecho, propongo imaginar una situación: un hombre, (pensemos en cualquier hombre de la prehistoria), sufre una herida profunda producto de una lucha con un feroz animal o un golpe en su cabeza o alguna enfermedad desconocida. Algo imprevisto que cambia el rumbo de sus días de cazador, algo que hasta hace unos instantes no existía, lo enfrenta a su muerte. Casi sin darse cuenta comienza a recorrer los últimos momentos de su vida. El proceso es rápido: al cabo de unas horas muere y su muerte se pierde en el mar de la historia de la humanidad. Este hombre de las cavernas, que quizás ni nombre haya tenido, ya vivía en comunidad. Y quizás, en el silencio de su cueva, haya habido un gesto de cobijo y cuidado por parte de uno de los integrantes de su grupo. Quizás (y me tomo el atrevimiento de completar la escena) alguien le haya alcanzado agua, haya intentando darle calor con alguna piel de animal, o tan sólo, haya permanecido a su lado en silencio.
El concepto de Cuidados Paliativos sigue siendo para muchos algo desconocido o algo sobre lo cual muchas veces se tiene una idea confusa o equivocada. La Organización Mundial de la Salud define a los Cuidados Paliativos como el cuidado activo y total de los pacientes cuya enfermedad no responde a terapias curativas.
Su actuar se basa en el alivio del dolor y otros síntomas acompañantes y considera a la persona como un ser integral, atendiendo a todas sus necesidades tanto en lo físico y psicológico, como así en lo social y espiritual. El trabajo se realiza a través de un equipo interdisciplinario (enfermeras/os, psicólogos/as, médicos/as, trabajadores/as sociales, voluntarios/as, familiares, etc.) y el objetivo es alcanzar la máxima calidad de vida para el paciente y la familia, poniendo especial atención en sus deseos para lograrlo.
El siglo XX sin duda ha sido la época en que los avances científicos más han aportado a la salud de la humanidad. Vacunas, cirugías, aparatos para diagnóstico; grandes novedades que han modificado el curso de las enfermedades. Pero también hay que admitir que tanto avance tecnológico no ha sucedido sin producir algún que otro perjuicio. El hombre, poco a poco, se ha vuelto ajeno a su propia vida y en muchos casos se ha convertido simplemente en un objeto de la ciencia. Ha dejado en manos de la medicina acaso sus instantes más preciados. Basta con pensar, por ejemplo, en el nacimiento y en la muerte; hasta hace un siglo resultaba de lo más normal nacer y morir en los hogares, de hecho a nadie, en aquel tiempo, hubiera resultado extraño tales costumbres. Sin embargo, con el avance de la ciencia, algunos límites se han movido: es cierto que a muchas personas con graves enfermedades se le puede ofrecer hoy en día una cura que antes parecía imposible, pero por otro lado, también es cierto que la ciencia también se ha hecho cargo muchas veces de sostener la vida cuando ya no la hay, de ensañarse con tratamientos agresivos cuando ya no hay una expectativa concreta de curación (lo actualmente definido como ensañamiento terapéutico).
Hacia mediados de la década del 70, y quizás en respuesta a este avance científico (que en su aspecto negativo se caracterizaba por muchas veces dejar fuera el factor humano) comenzó a expandirse a nivel mundial el movimiento de los cuidados paliativos. Los cuidados paliativos, como tal, más que una “especialidad médica”, se presentan como una “nueva” mirada hacia el paciente que sufre. Frente a la (todavía hoy tan escuchada) frase “ya no hay nada que hacer” levantan la voz y exclaman:
“cuando no se puede curar, se puede cuidar, entonces hay mucho que hacer”.
Frente a una situación de no curabilidad aparece una larga lista de cuidados, de compañamiento y de sostén tanto físico como emocional y espiritual. Los cuidados paliativos no adelantan ni posponen la muerte. Ponen la atención en eso de “no llenar la vida de años, sino llenar los años de vida”. Los cuidados paliativos pueden ponerse en práctica tanto en niños como adultos, tanto para enfermedades oncológicas como no oncológicas (HIV-SIDA, enfermedades degenerativas, enfermedades crónicas, etc.), y se pueden aplicar tanto en estadío terminal como al comienzo de la enfermedad.
En estos tiempos no es frecuente escuchar hablar de muerte ni de nada que tenga que ver con ella, lejos de eso, a diario se la intenta silenciar o incluso esconder (muchas veces en la fría sala de un hospital). Los medios de comunicación, si hacen referencia a ella, lo hacen en general desde las secciones de policiales. No se suele reflexionar en torno a la muerte. El paradigma actual hace fuerza por convencernos de que los valores reinantes sólo tienen anclaje en lo material, lo estético, lo externo. Sin embargo, hay sobradas razones para hablar hoy de cuidados paliativos. Una de ellas acaso sea el intentar poner sobre la mesa un tema frente al cual todos nos volvemos iguales: la única certeza que tenemos es que un día nos vamos a morir. Esconder a la muerte, además de ser peligroso, nos vuelve de alguna manera más infantiles, más indefensos y más ignorantes de la vida.
Hablar de la muerte también es pensar en las personas que sufren graves enfermedades, en sus necesidades y en sus miedos y para quienes la sociedad aún continúa en deuda. Hablar de la muerte es hablar de la vida. Es elevar las necesidades de los pacientes con enfermedades limitantes para la vida y sus familias a la categoría de derechos. Creemos que, como sociedad que se siente en crecimiento y que busca su propia superación, resulta fundamental la reflexión de estos temas. Acaso los cuidados paliativos, como otros tantos movimientos sociales, puedan hacer su aporte en este punto.
En definitiva, la forma como las sociedades tratan a sus integrantes enfermos y moribundos, ¿no habla de ellas mismas?
Por supuesto, y como siempre, vuestras reflexiones compartidas serán bien recibidas…
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